sobre mí


Yo tenía un íntimo amigo. Era un tipo bastante pulenta; bah, tenía sus cosas, sus impulsos suicidas cada tanto, pero a pesar de eso, parecía que sus deseos de vivir eran más o menos normales, bastante promedio.

Y sin embargo hoy se le dio por caminar por los alambres que cruzan de su casa a la casa del vecino, pensando que con esa acción ridícula e imbécil iba a impresionar a alguien, porque si algo tenía mi amigo era una autoestima de lo más lamentable, y este tipo de demostración patética era lo que le ayudaba a sentirse importante. Desde allá arriba él pensaba que era el más grande, mientras que uno de abajo sabía que lo único bueno que podría salir de todo eso es que no se cayera y se reventara la cabeza en pedacitos. Y eso es justo lo que le pasó el otro día mientras caminaba por los alambres por enésima vez: pisó mal, dio un salto, hizo una pirueta, no sé qué carajo quiso inventar, y se cayó de marote al asfalto. Se hizo mierda y palmó al instante.

Hoy mi amigo es un zombi, y carajo que me caen mal los zombis. Un zombi cualquiera, como esos del Cerro que centran su vida en los fantásticos atributos de sus teléfonos celulares y de los reproductores de DVD de sus autos.

Una lástima realmente. Esperemos que resucite pronto, porque la verdad que lo extraño.

Hoy fui a la iglesia acá en Ogden (Utah), y un gringo que pasó a hablar dijo que estaba agradecido «por la bendición de vivir en el país de Dios. Porque, en serio», repitió el tipo por si quedaba alguna duda, «éste es el pais de Dios…»

Algunos nombres han sido cambiados para protección de los inocentes.

4 de Julio, 1a parte

Después de escuchar mi disconformidad con ciertos elementos típicos de una buena dieta gringa, tales como el jugo de tomate, el chancho al horno adobado con miel, y la ensalada de fideos con frutas, X me paso a dar un discurso de diez minutos acerca de la validez de tales preferencias. «No es malo», me explicaba, «no es peor. No es que los gringos están locos, es simplemente diferente. Nada más.» Yo afirmaba con la cabeza, pero le daba una mueca que demostraba mi conformidad a medias. «Bueno», le dije, «yo creo que si me hablás de comer pollo con una salsa Teriyaki, la cual es agridulce, y no concuerda con mis cánones alimenticios, vaya y pase, pero dame una sopa de durazno, y eso sí que no».

«Pero Manuel», insistía X; «cuando yo era chico iba a visitar a mis tíos suizos que vivían en el campo, y ellos comían chorizo con mermelada de higo. Yo decía «estos tipos están locos.» ¿Pero sabés qué? No estaban locos. Porque no es malo, es diferente!»

A esta altura ya me estaba sintiendo como un imbécil por haber sido tan superficial y rápido para juzgar, sin ponerme en el lugar de los otros. Es cierto, después de todo, más de una vez los gringos se han reído de mi inclinacion a tomar mate a pesar de que la sensación térmica raye en los 45 grados (sin tomar en cuenta ellos que Starbucks hace un negociazo a lo largo de todo el año, y entre café y mate no hay tanta diferencia de temperatura después de todo), y yo espero que entendieran que el mate no es malo: es diferente.

Y mientras me torturaba por haber sido tan tarado, avergonzado de que X pudiera pensar menos de mi por ser tan inmaduro, lo siento decir:»A ver si pasan la Coca, che.» A lo que Emily contestó: «No hay mas Coca, pero hay Dr. Pepper.»»Y bueno», agrego X. «Si no hay otra cosa, pasáme esa porquería»

4 de Julio, 2a parte

Estábamos sentados en una ubicación bastante favorable en el parque Glen, en Provo.

Ocupábamos dos mesas del parque, de puros angurrientos nomas, no porque nos hicieran falta. Yo me estaba preocupando que si alguien venía y quería ocupar una, podría saltar la bronca. Después de todo era 4 de Julio, y a la gente le gusta ir al parque.

Y mientras pensaba en eso, veo dos chicas aproximarse lentamente, hablando muy animadamente entre ellas, una de ellas con un cuaderno en la mano. X estaba caminando hacia el asador, cuando las cruzó y lo veo decir a una de las chicas, en un volumen considerable, y con una rapidez admirable: «¿Qué? No espikininglish! Pará, pará.» Y apuntando en mi dirección me grita «Vení, Manuel» y dirigiéndose a las chicas exclama animadamente «él es tícher de ínglish».

Yo entonces me acerqué pero no sin que antes X continuara, llevándose la mano a la billetera: «¿Uasáp? ¿Cuánto hay que pagar? ¿Hay que pagar por mesa? Hay viene el muchacho, él sí habla inglés.» Cuando finalmente llegué a donde estaban las chicas, tuve que pausar para explicarle a X que no le entendían una papa de lo que decía, así que podía pausar por un minuto, y dirigiéndome a las chicas, que a esta altura me miraban con una cara de terror que daba pena, les pedí que disculparan a mi amigo porque no hablaba inglés, y entonces les pregunté que qué necesitaban.»Nada», respondióla chica del cuaderno, y apuntando a su amiga, agregó: «Yo estaba hablando con ella nomás»